Señoras que hablan de culos y niños que creen ser Monet

por | Ene 2, 2020 | Cronicas | 0 Comentarios

El segundo día del año lo he pasado en el museo.

He aprendido que uno de los primeros photoshopeadores (así le he bautizado yo…) fue el fotógrafo francés Le Gray que, obsesionado con inmortalizar las olas del mar a la vez que la luz que se colaba y silueteaba las nubes (imposible de conseguir en la época por los tiempos de exposición en la fotografía), decidió mezclar y superponer dos negativos y juntarlos manualmente por la línea del horizonte. BOOM.

Tras dos horas entre impresionistas, me he dado cuenta que podría pasarme cinco o seis si hubiera más asientos frente a los cuadros. ¿Por qué hay tan pocos y tan incómodos asientos en los museos? Siempre he pensado que es un gesto sencillo que invitaría a MIRAR y no solo a VER. A observar, a analizar, a dejar que el cuadro nos diga algo, nos transmita (o no) lo que fuere y nos obligue a reflexionar. La sobriedad y lo viejuno de los museos es algo que siempre me ha cabreado. La falta de interacción, el ‘entra, observa y vete’, la ‘unidireccionalidad’,  la falta de información, de audioguías del siglo XIX y protocolos absurdos.

Y es que, en la era de las redes SOCIALES, donde emisor y receptor se intercambian los papeles, donde dos pantallas y varios estímulos a la vez no son multitud, y donde la inmediatez y la falta de concentración (máximo 8 segundos) es un hecho, las grandes (y pequeñas) exposiciones siguen siendo estáticas, sobrias y lugares donde el receptor no tiene ningún papel, más que observar obras que quizá no entienda o no conozca.

Llamamiento a los museos, a los gestores y las gestoras culturales, los curators, los comisarios y comisarias de arte… ¿no creéis que es hora de subirse a la ola? ¿no creéis que el visitante del 2020 no es igual ni observa igual que el de 1990?

En la era de las redes SOCIALES, donde emisor y receptor se intercambian los papeles, donde dos pantallas y varios estímulos a la vez no son multitud, y donde la inmediatez y la falta de concentración (máximo 8 segundos) es un hecho, las grandes (y pequeñas) exposiciones siguen siendo estáticas, sobrias y lugares donde el receptor no tiene ningún papel, mas que observar obras que quizá no entienda o no conozca.

Después de esta reflexión/cabreo repentino en la sala 2 (cuando mi espalda ya empezaba a parecerse a la de una señora de 70) un niño le decía a su padre, ‘¿Y éste de quién es, Papá?’ ‘ De Monet, hijo, de Monet’ – el niño – ‘pues eso que hace Monet es fácil’ – el padre- ‘Pues hazlo tú hijo’ – ‘pues vale, en casa lo hago’. Y ahí ha venido a mi mente el capítulo de ‘Who’s afraid of contemporary Art’  donde Kyung An (Assistant Curator en el Guggenheim Museum de New York) nos explica la NO relación de la dificultad con la necesidad de ser arte o no. Sea como sea, ese niño, mola.

Más adelante, en las últimas salas, cuatro señoras (muy señoras) charlan entre ellas en uno de esos incómodos bancos del centro de la sala. Hablan con otra señora que las acompaña en silla de ruedas. ‘¿Sabes? Hoy en día también hay culos como ese (dice una de ellas señalando el cuadro donde se ven los glúteos de un hombre que posa desnudo) lo que pasa que no se dejan ver, pero son igual de bonitos o más’. NADA MÁS QUE AÑADIR. Magníficas ellas, mágníficas.  

Y tras enamorarme de nuevo del desayuno tras el baño de Degas y su bailarina basculando, he salido de la sala, justo cuando anunciaban el cierre de puertas. Segundo día del año, finiquitado. Con reflexión (reflexión-cabreo), dolor de espalda y muchas horas de arte al canto.

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